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LA LUZ PRESTADA - El Espía de DIOS

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sábado, 24 de abril de 2010

Howard Carter: el enigma era él.


El descubridor de la tumba de Tutankamón tuvo una vida llena de sombras.....

En el cementerio de Putney Vale, en el extrarradio de Londres, yace enterrado un misterio tan grande como el de Tutankamón: el de su descubridor.

No sabemos quién fue en realidad Howard Carter, un hombre desconcertante, ambicioso y arribista, perseverante y sensible, con facetas inquietantemente oscuras y al que debemos sin embargo uno de los hallazgos más dorados y luminosos de la historia.

La tumba de Howard Carter -en la que ciertamente no hay oro, ni estatuas, ni carros- es pequeña y discreta, indigna de un arqueólogo de su categoría. Apenas una lápida negra y dos metros de tierra inglesa en la que ha germinado hierba y algunas humildes flores. Hallarla no es difícil: se encuentra cerca del paseo central del cementerio, en la parcela 12, al lado de la de Lucy, hija única de Isaac T. Nicholson, mayor del 23º regimiento de infantería nativa de Bombay. En el gótico y solitario camposanto, digno de Bram Stoker, surgen como espectros ardillas y mirlos.

Una intensa frase figura en la lápida de Carter: "Pueda tu espíritu vivir, durar millones de años, tú que amas Tebas, sentado con la cara al viento del norte, los ojos llenos de felicidad". Es la inscripción de la bella copa de alabastro de Tutankamón, verdadero grial egipcio, símbolo de vida eterna y que, por cierto, puede admirarse en la exposición de sus tesoros en Londres. Alguien ha dejado un pequeño busto de Tutankamón sobre la lápida de Carter. Hay otras pequeñas y misteriosas ofrendas en la tumba: dos escarabeos baratos, de esos de todo a cien de Luxor, un incoherente angelito. Y lo más conmovedor: un corazón de piedra, que remite, para el observador, a la dureza de carácter del arqueólogo.

Nacido en Kensington, hijo de un artista especializado en pintar animales que retrataba las mascotas de los ricos, Carter, el menor de 11 hermanos, heredó el talento natural de su padre para el dibujo, lo que le fue muy útil en su carrera arqueológica. Un campo en el que fue siempre visto por muchos de sus colegas como un amateur, pues no tenía estudios académicos (de hecho su educación fue muy superficial). Nunca supo expresar sus sentimientos íntimos, excepto en algunas de sus reflexiones sobre Tutankamón.

"Es asombroso lo poco que se conoce de su vida privada", escribe su biógrafo, T. G. H. James, al final de las 400 páginas de la espléndida Howard Carter. The path to Tutankhamun (Kegan, 1992). En eso no es distinto Carter del joven rey.

No se casó ni tuvo hijos. James recalca la dificultad de que tuviera auténticas amistades un hombre caracterizado por una "irascible timidez", complejo y "pomposo". Un arrebato de mal genio fue la causa de su caída en desgracia en 1905 tras un altercado con turistas franceses, con los que llegó a las manos en Saqqara, episodio que le costó el cese como inspector jefe de antigüedades y tener que malvivir varios años humillantes como guía, artista, dragomán y dealer de objetos faraónicos.

A lo largo de su vida, Carter fue siempre un solitario. No se le conoce ninguna relación sentimental. En su canónico Tutankamón, la historia jamás contada (Planeta, 2007), en el que revela que Carter mintió en su relato oficial del descubrimiento de la tumba, Thomas Hoving describe a Carter como "abnegado, enérgico, obsesionado con el método, conducido por la ambición (...) impetuoso, testarudo, insensible, poco diplomático, falso y mendaz a veces". Dice que Carter "socavó sus logros y se torturó a sí mismo y a los demás durante toda su vida".

Después de terminar su trabajo en la tumba de Tutankamón, en 1932, Carter dijo que pretendía hallar la de Alejandro Magno, y sugirió que sabía dónde estaba, pero que se guardaba el secreto para él. Murió a los 64 años, a causa de un hodgkins, un cáncer linfático. Tras su muerte, varios objetos de la tumba de Tutankamón en su poder, y que no figuraban en el inventario de la excavación, llegaron discretamente (para evitar el escándalo) al Museo Egipcio de El Cairo. Otro episodio oscuro de Carter es su papel como agente de Inteligencia durante la I Guerra Mundial. Se le achaca haber participado, émulo de Lawrence de Arabia, en la polémica voladura de la base del Instituto Arqueológico Alemán en Qurna.

Sólo un puñado de personas acudieron a su austero entierro en 1939, digno colofón de una vida de triste éxito. La leyenda ha querido que entre ellas se contaran tres mujeres veladas y llorosas, lo que ha dado pie a imaginarle secretos y románticos idilios (lo han hecho en sendas novelas Philipp Vandenberg y Christian Jacq). Parece que su supuesta amante francesa es puro bulo. En el entierro, sin embargo, estaba lady Evelyn Herbert Beauchamp, la hija de lord Carnarvon y compañera de peripecias egiptológicas de su padre y Carter. Es posible que la joven se enamorara del maduro arqueólogo. Pero parece que Carter nunca perdió de vista cuál era su lugar y lo imposible que hubiera sido una relación. Es probable que además no le interesara en absoluto. Nunca se conocerán las inclinaciones sexuales de Howard Carter, ni qué afectos calentaban su secreto corazón conquistado por Egipto. Pero en esta tarde en Putney Vale, cuando el ojo enrojecido del sol se pone justo detrás de la tumba del descubridor de Tutankamón, uno no puede sino musitar un agradecimiento por todas las maravillas que nos reveló. "Las sombras se mueven pero la oscuridad no se desvanece", escribió Howard Carter de Tutankamón. Podría haber dicho lo mismo de él.Fue un solitario. No se le conoce ninguna relación sentimental

Gracias a J.ANTÓN

Howard Carter (1873-1939)

En 1902, Theodor Davis, norteamericano, obtuvo un permiso del gobierno egipcio para realizar excavaciones en el Valle de los Reyes. Los 12 años que disfrutó de esta concesión fueron fructíferos, y descubrió sepulcros como los de Siptah, TutmosisIV y Horemheb, y halló la momia y féretro del gran rey hereje (o reformador religioso) Amenofis IV, esposo de Nefertiti.

En 1914, la concesión cambió de manos, yendo a las de los ingleses Howard Carter y su gran amigo Lord Carnarvon. Dedicaron los cinco años siguientes a una infructuosa búsqueda en el Valle.

Lord Carnarvon nos devuelve en cierto la modo la figura elegante de Vivant Denon. Se trataba de un gentleman muy británico, con aire deportivo, un poco dandy y gran viajero. El hombre de mundo sentía inclinación por las antigüedades y se había convertido en un coleccionista apasionado y buen conocedor. Además, poseía el tercer automóvil que rodó con matrícula por la Gran Bretaña y era un gran deportista. Cuando hereda una fortuna tiene 23 años y se va a dar la vuelta al mundo en un velero. Un accidente de coche le deja secuelas respiratorias y, por prescripción facultativa, decide aunar sus aficiones arqueológicas y la conveniencia de su salud yéndose a Egipto. Sin embargo, tenía deficiencias en su formación; para suplirlas, Maspéro le presenta a Howard Carter.

Carter comenzó su carrera como dibujante con Petrie, Maspéro y otros. Era ya un hombre prestigioso, y a su experiencia como excavador unía una innegable audacia que le daba un valor añadido. La colaboración entre estos dos hombres, a los que separaba una diferencia de edad considerable a favor (o en contra, según se mire) de Lord Carnarvon, fue excepcional y muy fructífera.

Por aquel entonces, los estudiosos estimaban que cuanto se podía descubrir en el Valle de los Reyes se había descubierto ya. Una misión tras otra, apresuradas y sin un plan fijo muchas de ellas, habían arrojado cascotes sobre lo descubierto en la expedición anterior. Aquello era como una inmensa área de derribos cuando los dos hombres se propusieron excavar con método. Decidieron limpiar meticulosamente un área triangular comprendida entre las tumbas de Ramsés VI, Merneptah y Ramsés II. Así lo hicieron, pero la tumba del primero de ellos recibía gran afluencia de visitantes, y, para no molestarlos, decidieron no continuar sus excavaciones en las inmediaciones de su entrada; por cierto que, junto a ella, habían encontrado unas chozas de obreros de pedernal correspondientes a la XX dinastía.

Pasan así tres años más sin fruto, y decidieron que no dedicarían más que el siguiente año al Valle. Pasaron, al fin, a despejar el último vértice del triángulo, donde estaban las chozas de pedernal. Lord Carnarvon se había ido a Gran Bretaña. Empiezan a excavar el 3/11/1922, y al día siguiente, bajo la primera choza, bajo una grada de piedra, descubren la tumba de Tutankamón.

Retiran una grada tras otra, y llegan a una puerta cerrada, tapada con argamasa y sellada. ¡Si está sellada, es que contiene un enterramiento, y que este no ha sido violado! En ese momento, como signo de respeto y consideración, Carter decide no continuar antes de avisar a Lord Carnarvon y esperar más de quince días su llegada. Al explorar la tumba, se encontraron con que había sido saqueada. Pero que el saqueo había sido apresurado, y que la mayor parte estaba intacta.

Hubo una respuesta de colaboración incondicional por parte de todos los hombres de ciencia de la comunidad internacional, que ofreció su ayuda con mucho entusiasmo y, cosa rara, desinteresadamente en algunos casos. Esto da indicio de la fascinación que produjo el descubrimiento, que ya por entonces producía el Antiguo Egipto, y que no ha cesado de agigantarse hasta nuestros días. Los científicos estudiaron desde las ofrendas florales hasta los materiales empleados para embalsamar al faraón. Por la osamenta, establecieron que había fallecido entre los 17 y los 19 años...

Es comprensible la sensación que aquello provocó: era el mayor, más rico e impresionante de los tesoros arqueológicos descubiertos jamás. Había tesoros por doquier: en la antecámara, en las cámaras laterales y en la cámara del tesoro, llena hasta arriba de estatuas, sarcófagos en miniatura, modelos de barcos... Por último, la cámara sepulcral con los 4 sarcófagos superpuestos de madera dorada, que contenían 4 ataúdes encajados uno dentro de otro. El último, de oro macizo, albergaba en su interior la momia del faraón y su famosa máscara de oro con oscuros ojos de vidrio.

Para empañar la bella relación de amistad y colaboración, Carter y Carnarvon tuvieron diferencias entre sí y con los gobiernos inglés y egipcio a la hora de determinar la parte que de aquello correspondía a cada uno. Así se venían abajo aquellos 15 años. Cuatro meses después de abrir la tumba, una misteriosa enfermedad, causada según parece por una picadura de mosquito postraba al lord. Los dos hombres se reconciliaron en su lecho de muerte. Falleció el 6/4/1923. Por supuesto, su muerte, a la que siguieron las de varias personas relacionadas con la apertura del sarcófago, inició la leyenda de la maldición del faraón.

Pero esa ya es otra historia..

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